-Padre, confieso que deseo quitarme la vida.
-¿Pero porqué hijo?
-Es que… es que…
El hombre mira hacia el suelo, tratando de hilar las palabras. Su mente está hecho un mar de lágrimas y no puede pensar en algo concreto.
-¿Por qué? –pregunta de nuevo el sacerdote.
-Porque esta vida no tiene sentido, padre.
-Lo que pasa, hijo, es que cada quien debe encontrarle sentido a su vida.
-A eso me refiero, padre, precisamente a eso. Esta vida no tiene sentido y uno… y uno se ve obligado a encontrarle un sentido y yo… yo siento que ya no puedo seguir engañándome, padre.
-Es que no se trata de engañarse. Mira, hijo, venimos a esta tierra a…
-Eso ya lo sé, padre, me lo ha dicho tantas veces, pero cada vez pierde sentido, como esta vida.
-Hay hijo, pero es que es la verdad.
-No padre, verdad es que esta vida no tiene sentido y yo ya no quiero continuar con este engaño.
Ambos guardan silencio. Cerca, las campanas de la iglesia comienzan a repicar anunciando misa. Los feligreses se acercan poco a poco, intentando ocupar un buen lugar cerca del altar. El sol comienza a ocultarse detrás de un cerro y sus últimos rayos languidecen en las paredes del edificio.
-Padre, lo voy a hacer hoy mismo.
-No, hijo, espera. Cuando menos dime porqué, porqué has renunciado a seguir luchando.
-Es que, padre, no tiene sentido seguir luchando… Mire, deje que le explique. Estoy harto de que la gente no pueda pensar en otra cosa que no sea dinero. Pensé que si el dinero no existiera estaríamos mucho mejor, pero la verdad es que el hombre tiene un deseo natural por poder y, hoy en día, el dinero es poder. Si algún día el dinero desapareciera, sería porque la humanidad ha encontrado con qué remplazarlo.
»No, no me mire así padre. Es verdad, ya pasó otras veces en la antigüedad. Primero usaron la fuerza, luego a Dios y ahora el dinero. No sé qué vendrá después y no espero que sea algo mejor. Pensé que no importaría, siempre y cuando procure yo vivir una vida tranquila y honrada; pero la verdad es que siento que vivo en un país hecho con plastilina. Todos están hechos de plastilina, padre, y siento que ya no lo soporto.
»La televisión, las revistas, el periódico, la radio, el Internet… Todo, todo, todo lo controlan, lo manipulan, lo hacen a su antojo, nos ponen piernas en lugar de brazos. Y lo peor de todo es que la gente ya no se da cuenta, les han quitado los ojos. Han llegado al punto de pensar que así es la vida, que así siempre ha sido y así siempre será.
»Llevo siete días, padre, siete malditos días tratando de encontrarle sentido a esto que llama vida. Ahora que lo sé, ahora que he visto detrás del espejo, ya no puedo… Ya no puedo, padre.
»Me voy a quitar la vida porque esto no es vida.
La oscuridad les había envuelto sin que ellos se dieran cuenta. Fuera, el murmullo enardeció y el padre salió de su ensimismamiento. Abandonó el confesionario, caminó por la nave principal y entró a un pasillo que le llevaría hasta la parte posterior de la iglesia.
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