martes, 22 de enero de 2008

El más grande tesoro

La sangre corría por sus labios, como cabellos al viento, guiados por las formas caprichosas del rostro de Augusto. El sabor lo extasiaba, le hacía desprender los pies del suelo y le llevaba a visitar parajes incomprendidos, entintados de noche amarga y de tristeza tranquila.


Hacía algún tiempo que había deseado encontrar en el mundo placer sin igual, pero no lo habría hallado en cosa hecha por manos de hombre. Visitó ruinas, templos, palacios y torres. Cruzó los mares, por arriba y por debajo, rastreando en el místico aroma del mar, un sabor a inocencia, un dejo de ansiedad y una pizca de soledad.


Al cabo de una vida de buscar sin encontrar, concluyó que la maravilla que le mantenía en un siempre despertar amargo, en una fría sábana de desilusiones, rodeado de almohadones rellenos de tristeza y bañados en llanto; un instinto, oculto hasta entonces en lo más oscuro de su ser, le hizo despertar de ese sueño inhóspito que le amarraba entre lazos de desesperación y le llevó al acto que más tarde otros habrían de lamentar.


Esta última mañana que tanto prodigio le trajo al corazón, sintió un deseo incontrolable por descifrar la maravilla más increíble de todo el universo: la vida. Se dejó llevar entonces por un pensamiento no aprobado y bebió de su sangre hasta que le hubo trasportado al otro lado del umbral que no había podido encontrar hasta entonces.


Fue así como el tesoro que tanto codiciaba llegó a su alma, y a su gente, la paz que sus corazones añoraban.

miércoles, 9 de enero de 2008

El peso de la culpa

Se rasca la cabeza. Se la rasca una y otra vez hasta arrancarse un mechón de pelo. Ha estado haciendo esto mismo desde hace varios días, lo ha hecho tantas veces que casi se ha quedado calvo, pero la comezón de la conciencia no lo deja en paz.

¿Cuantas veces pensó que lo que hacía no tenía sentido? ¿Cuantas más se acostó a dormir sin conciliar el sueño? ¿Cuantas veces escuchó esa voz interna que le repetía una y mil veces acerca de su error? Pero esos eran solo sueños.

Desde hace días que las voces se apagaron. Ahora está solo y deambula por las calles de la conciencia llamando a voces sin obtener respuesta. Se ha apartado de si mismo hasta quedar vacío, con la mente seca y la piel ardiendo a causa de esta culpa que no lo deja tranquilo.

¿Por qué nadie les advierte que esta tortura ha de llegar? ¿Es esta gente tan cruel, que es capaz de verte al filo de la muerte sin alertarte del peligro? ¿Por qué la muerte misma se apodera de tu mente y te deja en vida para sufrir los castigos de la providencia? Pero eso pasa en los sueños únicamente.

Con un último suspiro, al cual ni una sola gota de sufrimiento llega a cubrir su ausencia, abre las manos para dejarse caer a ese espacio entre la nada en cuyo fondo encuentra el final de sus pensamientos.

sábado, 5 de enero de 2008

Rafclo, el perro chimuelo

Rafclo, el perro chimuelo, ha vagado por las calles de Novotanea por casi una semana. A falta de alimento, se ha visto obligado a realizar las tareas más indignantes que un can pudiera realizar, lo que es más, se olvidó del orgullo y dignidad que habían acompañado su vida desde muchos años atrás.

Habría sido capaz de conseguir empleo, visitar a los amigos y hasta de formar una nueva familia, pero decidió salirse del camino, morder la vida por el lado fácil, demostrarle al mundo que valía más de lo que podían pagarle. Pero fracasó, por supuesto, y perdió hasta lo que más amaba, sus tesoros y recuerdos.

Ahora es un fantasma que anda de aquí a allá. No es más que la sombra de lo que en otro tiempo fue, y más triste aún, su sombra se desvanece a cada bocado que no da. Ya nada le parece bien, y ya nada le hará bien. Su único remedio es la muerte, que busca todos los días en las calles de Novotanea.

La gente, por otra parte, ya no lo puede ver más. Rafclo no se ha dado cuenta, pero hasta el carnicero Ramón, quien en otras vidas le diera los mejores huesos, lo ha sacado de su mente. Se ha convertido en un fantasma en sus recuerdos más olvidados, lo ha condenado a ser el alma en pena en sus sueños más retorcidos.

Al final del séptimo día, cuando ya toda esperanza estaba perdida, encontró la puerta que le llevaría a través del tiempo. Cuando la hubo cruzado, le hizo visitar los recuerdos de su infancia, de sus primeros pasos, el día de su mayor logro y culminó con una imagen que, más que perro, parecía ya un cadáver.

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