miércoles, 5 de marzo de 2008

Triste desaparición

Era un sábado por la noche, muy entrada ya la noche, cuando se ha escuchado el primer grito de dolor. Cuando ya todos estaban en cama, en el suelo o en el patio, inconscientes por el sueño, digeridos por el sopor; cuando el grito se elevó hasta los confines de la tierra y desapareció entre las nubes y más allá de las estrellas, hasta que no quedó más que el respingo que de la cama a mucha gente sacó.

Este grito, el cual nunca antes había ocurrido, fue el mismo que a don Teófilo le hizo pensar que el día que tanto temía se acercaba ya por la ventana y le bañaba de llanto los pies. ¡Qué horror! ¡Qué fastidio! Este señor se ha tirado al piso y con sus lágrimas ha formado un río que lleva entre la corriente trazos de dolor y desesperación.

Una brisa de aire frío se mezcla lentamente con los suspiros de la gente, quienes, sin prestarle mucho de su consciente, se entregan a ese placer que solo se da por las noches y que tanto nos hace bien.

El caso es que ese grito, que tenía a don Teófilo con la cara en el piso, ha sido la señal que alguna vez habría de llegar, bien lo sabía este viejito. “Llegará y el dolor te consumirá” fueron las palabras que el espectro había alcanzado a pronunciar.

Dolor. No había otra cosa en su cuerpo. Dolor, lágrimas y más dolor. Su carne se desintegró con cada suspiro. Con cada lágrima sus pecados lavó. Cuando la última gota hubo llegado al suelo, un segundo grito manó del mismo y por las calles del pueblo vagó.

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